EL ESCRITOR Y SU OBRA
Siempre
se cree por parte de los lectores, en general, que la obra literaria es una forma de
simple expresión de las ideas de su autor que utiliza la metáfora que es toda
historia narrada para expresar su propio ideario, dándole un armazón o
esqueleto estructural que le sirva de soporte formal y lógico a la narración.
Sin
embargo, la literatura, entendida como el conjunto universal de obras escritas
de ficción que narran historias de todos los géneros, no obedece sólo al deseo
de cada escritor de contar una historia que le interesa, le sorprende o le
conmueve, y a la que le da forma en su imaginario y desarrolla, después, con su
talento narrativo y sus recursos estilísticos, formales y estéticos, hasta
ofrecérsela al lector en forma de libro.
Es
mucho más compleja esa pulsión creativa de todo escritor, porque no escribe
únicamente con el fin de narrar una historia, esté o no inspirada en hechos
reales, sino que su origen viene desde lo más profundo de su psique y no es
otro que la necesidad de entender esto que llamamos realidad; y, para ello, se
sirve de esa pequeña muestra o franja de la realidad de ficción que es el
argumento de la obra literaria, para intentar llegar a entender así el mundo, las siempre complejas relaciones humanas, al misterio que representan la vida y
la muerte; el paso del tiempo, el amor y el desamor, la soledad, la felicidad y
la desdicha que son, al fin y al cabo, los arquetipos universales que aparecen
en toda obra literaria de una forma u otra. Y, sobre todo, de entenderse a sí
mismo que es el micro mundo más cercano y desconocido para todo escritor y para todo ser humano.
La
obra literaria, pues, toma así una dimensión nueva: la de servir de
experimentación para el escritor que, a través del proceso de escritura, va
intentando responderse a todas las incógnitas que esos temas universales antes
referidos le van sugiriendo, y que son permanentes a lo largo de las
generaciones, como si de misterios insondables se tratara y a los que parece
que nunca se encontrarán respuestas válidas pero siempre necesarias.
A
pesar de la imposibilidad de encontrar respuestas válidas para tantas incógnitas,
todo escritor aspira a crear una obra cumbre, una obra que contenga las claves
que permitan descifrar esos enigmas que son inherentes a la humanidad y que, a
pesar del cambio de épocas, generaciones, costumbres y modas, siguen estando
vigentes como enigmas perpetuos a los que todo escritor aspira a llegar a
descifrar, aunque sea de forma fragmentaria, pues en una sola obra literaria, o
en el conjunto de toda las creadas por cada autor, no pueden contenerse todas
las preguntas inherentes a tantos misterios que rodean al ser humano y las
probables respuestas a todas ellas.
Esta
será siempre una labor que solo, paso a paso y de forma continuada, podrá
llegar a responder el ser humano de forma fragmentaria e incompleta, de acuerdo
a su talento y maestría narrativa. Sabe de antemano que es una labor conjunta,
a pesar de que la literatura y su ejercicio es un trabajo solitario, sumando
obra a obra de todos los autores, de todas las épocas y lenguas, como se juntan
los granos de arena para formar un desierto en el que el conjunto final va
dando sentido, valor y forma global a cada uno de esos granos que lo conforman
y que por sí solo carecería de todo significado.
La
literatura no es más que el ensayo que todo escritor hace, ante el espejo de su
propia imaginación, para intentar ofrecer, al menos, una sola respuesta válida
que le permita comprender un poco mejor el gran enigma que es el mundo complejo
y caótico que lo rodea y en el que vive ypoeder descifrar así el misterio que
su propia humanidad representa para sí mismo. A través de la ficción,, ese
mundo y los seres que lo pueblan le sirven de materia prima para realizar su
obra, para experimentar con esa realidad falseada, trasunto de la verdadera. Si
el pintor o el escultor recrean la imagen que perciben del exterior de forma
plástica en el lienzo o en el mármol; el escritor investiga en cada obra
literaria para hallar la posible clave que descifre la gran incógnita del mundo
y su oscuro significado, del ser humano y su misterio siempre inherente a su
condición de tal, y el de la propia sociedad que es el conjunto de iindivíduos
que la habitan y conforman.
Es
esa sociedad la que, por cercana, no es por ello menos extraña, caótica e
inexplicable, pero cuyo estudio es siempre necesario e imprescindible para el
escritor en su condición humana y, por tanto, de animal social; y, también, en
su condición de escritor, de investigador, a través de la literatura, de ese
enigma siempre fascinante que representa el propio ser humano que él mismo es y
que no, por ello, conoce mejor que al insondable e infinito universo en el que
habita.
La
literatura es un simple espejo en el que el mundo y los seres que lo pueblan
aparecen reflejados en el azogue temporal de cada obra con mayor o menor
acierto y relieve; con mayor o menos profundidad de imagen, porque el talento
del escritor y su maestría narrativa, a modo de objetivo de una cámara
fotográfica, será quien difumine o recree la imagen con más o menos nitidez, de
tal forma que la humanidad plasmada en la obra en cuestión pueda hacer vibrar al
lector porque en alguna de esas criaturas de ficción se reconozca, reencuentre
e identifique.
Sólo
así, cuando la ficción atraviesa la realidad con el dardo de la verdad, de la
emoción y de la verosimilitud, es cuando el escritor siente que su esfuerzo y su
trabajo de creación han merecido la pena. Entonces, nota que, desde las páginas
de la obra que ha escrito, le mira un ser creado por su imaginación, por su
talento y capacidad creativa, pero no es un mero personaje de ficción, un ente
irreal que nace y muere en las páginas de un libro, sino un ser dotado de
humanidad, de carne y hueso incorpóreos pero tan real, tan auténtico que oye el
latido de su corazón y puede llegar a sentir miedo de que ese personaje cobre
vida física y pueda salir de las páginas del libro para sentarse ante él y
preguntarle:¿Para qué me has creado?. Ahora estoy aquí y mi destino te
pertenece.". Es entonces cuando siente que el acto de creación literaria
es migual que el de cualquier demiurgo que puede dar y quitar la vida. Esa vida
que ahora la demanda una criatura de ficción que le exige atención, cuidado y
comprensión. El escritor no le puede decir que lo ha creado para intentar
comprender algo, una de las muchas incógnitas que la realidad le ofrece, una
determinada conducta, una cierta forma de pensar. O que es simplemente el
producto de una experimentación psicológica, sociológica o un capricho de
autor. Tampoco puede aceptar el escritor que esa vida que el personaje
transmite y esa credibilidad es mayor cuanto más ha puesto de sí mismo, de su
propio yo, de su subconsciente, de sus miedos, esperanzas o deseos
insatisfechos.
Desde
ese momento, el escritor siente que el personaje ya no le corresponde, sino que
es él el que le pertenece a esa criatura de ficción con la que firmado un pacto
de por vida -la vida del escritor-, porque ese personaje se convierte así en un
alter ego del autor que le acompañará siempre y le exigirá ser tenido en
cuenta, oído, respetado y atendido, por lo que reaparece en muchas de sus obras
siguientes. Y, sobre todo, le sobrevivirá y seguirá hablando, actuando,
viviendo en cada libro de su autor, y al hacerlo, será ese personaje de ficción
el que explique, analice y revele más de su autor que él mismo hizo en vida. Al
crear a un personaje, es el propio creador el que está explicándose a sí mismo,
analizándose y manifestando su propia idiosincrasia de forma involuntaria. En
todas esas criaturas literarias se encuentran muchas parcelas de sí mismo que
ni siquiera conoce, muchos aspectos que ignora de su propia personalidad y es
ese latido de verosimilitud que subyace en el personaje creado es una
segregación de su propio yo, sublimado en una criatura de ficción a la que pone
nombre y circunstancias ajenas para así separarla de sí mismo, de su propia
personalidad, para convertirlo en "otro", en alguien distinto a si
mismo, aunque intuye y teme que ese ser ficticio es más verdadero, más real
cuanto más se parece a él, a una parte escondida de sí mismo que sólo el
escritor conoce, identifica y, quizás. teme.
Toda
creación literaria, toda obra de creación no es más que un intento de
comprender el mundo; pero, sobre todo, el propio mundo interior, el propio yo
con su contradicciones, claroscuros, miserias y grandezas. No existe un
universo más desconocido y misterioso que el que yace en el corazón de cada ser
humano. El escritor intenta bucear en él para, por fin, poder llegar a
encontrarse consigo mismo, con ese misterio que subyace en el alma humana que,
mientras más próximo está, es más insondable y, por ello, más fascinante y
temible.
El
escritor al escribir no quiere contar una historia por atractiva que pueda ser,
sino que intenta comprender la suya propia a través de los personajes de
ficción, meros trasuntos de sus propias pulsiones, tendencias reprimidas,
deseos insatisfechos y obsesiones. Sólo así, alejándose del propio yo a través
de las diversas criaturas de ficción, va encontrando, aunque no siempre. las
posibles claves que le permitan comprenderse a sí mismo y, también, al mundo
circundante en el que vive y en el que se siente igual de perdido y solo que
cualquiera de sus personajes, reflejos bastardos de su propio yo a los que
exterioriza para poder comprenderlos, asumirlos y aceptarlos.